La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

lunes, 29 de abril de 2013

Catalina, la del Amor Valiente

Catalina, Siena 1347-1380. Desde niña enamorada de Dios. Primera mujer soltera admitida en la orden terciaria de Santo Domingo. Vigia de los abismos insondables del alma y de Dios en la intimidad de su habitación-celda. Embajadora de Papas en tiempos de guerras y división interna.
Catalina, peregrina del cielo en la tierra. Testigo del Amor. Catalina que escucha arcanos. Catalina que con su palabra-oración enciende fuegos de cambio en quien la mira. Catalina, incendiada de Dios...

"Nunca se cansa el alma enamorada de mi verdad de ser útil a todo el mundo en general y en particular, en lo poco y en lo mucho según la disposición del que recibe y del ardiente deseo del que da. Pues éste ha hecho el bien a los demás por el amor unitivo que me tiene a mí y por ello ama a los demás, extendiendo su afecto a la salvación de todo el mundo, socorriendo su necesidad. Se las ingenia, pues se ha hecho bien a si mismo en engendrar la virtud en él, de donde ha conseguido la vida de la gracia, para fijar sus ojos en las necesidades del prójimo en particular. Del mismo modo que, como se dijo, en general se ama a toda criatura racional con el afecto de caridad, así se socorre también en particular a quienes se hallan más cercanos de acuerdo con las diversas gracias que yo le he concedido administrar; (1 Co 12, 4-6) unos, en la enseñanza con la palabra, aconsejando con franqueza y sin respeto alguno; otros con el ejemplo de vida, y esto es lo que todos deben hacer: edificar al prójimo con buena, santa y honesta vida. 
Y así a uno le daré principalmente la caridad; a otro la justicia; a quién la humildad; a quién la fe viva; a otros la prudencia, la templanza, la paciencia, o a otros la fortaleza. Y así, muchos dones y gracias tanto de virtud como de otras cosas espirituales y corporales, y digo corporales refiriéndome a las cosas necesarias a la vida del hombre, todas las he dado con tanta dife­rencia y no las he puesto todas en uno, para que así estéis por fuerza obligados a ejercer la caridad unos para otros, aunque bien habría podido proveer a los hombres de todo lo que necesitaban tanto en el alma cuanto en el cuerpo; pero quise que uno tuviera ne­cesidad del otro y así fuesen administradores míos en administrar las gracias y dones que han recibido de mí. Así que, quiera o no el hombre, no puede menos de ejercer forzosamente el acto de la caridad. Es cierto, empero, que si no la ejerce y no la da por amor de mí, ese acto de caridad no tiene valor en cuanto a gracia. 
Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen y doctora (c.7, ed. G. Cavallini Roma, 1968, p. 8-19). 

jueves, 18 de abril de 2013

Escrache positivo: "Tal prisa me daré que una hora amando..."

Me acerco hasta ti para decirte suevemente, sin gritarte, lo que sí puedes hacer. No lo que has hecho mal, no el mal que me has hecho... Me acerco, te pido permiso y, mirándote a los ojos te digo:

Puedes amar.
Puedes convertir ese amor en gestos concretos.
Puedes sonreír al triste,
puedes abrazar al triste,
puedes consolar al triste,
puedes pedir perdón a quien ofendiste,
puedes perdonar,
puedes enmendar lo que hiciste mal.
Sí, puedes amar. En ti hay amor.
BUSca el amor que hay en ti, el amor que eres...
¡AMA!
No estás condenado/a al odio, o a la indiferencia ni a la avaricia, ni a la mentira.
Has sido creado/a para el amor, para caminar con otros/as, para gozar de lo que es de todos/as, para dejarte liberar por la Verdad...

Me acerco a ti... No te grito, no te empujo, no te hago sentir incómodo/a o atacado/a, al menos, no es mi intención...
Me acerco a ti para decirte que, si lo has hecho mal, si has hecho tanto daño, si has fallado... Eso no es lo último, ni lo definitivo.
No puedo ser tu juez ni quiero ser tu víctima.
Sólo necesito recordarte que PUEDES AMAR... como me lo recuerdo a mí cada día.

"PUES SI DEL TIEMPO QUE PERDÍ ME OFENDO, TAL PRISA ME DARÉ QUE UNA HORA AMANDO, VENZA LOS AÑOS QUE PASÉ FINGIENDO" (Félix Lope de Vega)

lunes, 15 de abril de 2013

La vida es vida


Nada puede detener la vida. Ni cuando meditas, ni cuando trabajas, ni cuando corres a una reunión, ni cuando te dispones a descansar... En ningún momento la vida se detiene en ti y en torno a ti. Perteneces a su fluir... No te protejas de la vida. Acepta lo que te trae, sólo así, aprenderás, sólo así, crecerás, sólo así descubrirás, sólo así...¡DESPERTARÁS!

jueves, 11 de abril de 2013

La dimensión espiritual de la persona: la búsqueda de sentido III



Materia y espíritu, interioridad y exterioridad
A medida que vamos avanzando en nuestra reflexión va apareciendo un hermoso entramado en el que espíritu y materia, interioridad y exterioridad quedan vinculados, imbricados. La dimensión espiritual abre al ser humano a una lectura de la vida en la que va desapareciendo el dualismo y va emergiendo progresivamente una percepción diferente que nos descubre que todo está en relación y que nos construimos como individuos y como sociedades no en la disyuntiva, no en la mera yuxtaposición,  sino en la suma que genera fecundidad.
                Como humanos, nos hallamos en el punto de confluencia entre ambas dimensiones y estamos llamados a integrarlas, porque nos constituyen esencialmente. Pero ello requiere un aprendizaje. Podemos distinguir tres estadios en este proceso de integración: un primer modo escindido, donde materia y espíritu se oponen y compiten entre sí; un segundo grado, donde viven yuxtapuestas; y un tercero, en el que ambas dimensiones se fecundan mutuamente y se alumbran sin cesar.[i]
La búsqueda de sentido
De nuevo una pregunta nos ayudará a adentrarnos en la reflexión. ¿Están relacionada la dimensión espiritual tal y como la hemos presentado y la búsqueda de sentido? Sin lugar a dudas lo están, pero quizá sea conveniente intentar dibujar los contornos de lo que entendemos por “búsqueda de sentido”. Hablaremos aquí de búsqueda de sentido en su sentido más amplio y fundante: se trata de la búsqueda de sentido de la vida. Tal búsqueda se reflejará en otras búsquedas que, siendo importantes, podemos denominar “menores”: búsqueda de mi “vocación”, búsqueda de los otros, búsqueda de una cierta calidad de vida consistente en la salud física, el disfrute de ciertas cosas, etc… Todo ello solemos resumirlo en dos búsquedas fundamentales y comunes a todo ser humano: buscamos la felicidad cuya traducción suele ser amar y ser amados. No es poco. Todos buscamos, deseamos ser felices, en pro de ello hacemos o dejamos de hacer, optamos por esto o por aquello. Yendo más allá, solemos describir la felicidad suprema como la experiencia de poder amar y de recibir amor. Con todo, al fondo se sitúa una llamada mayor. El ser humano precisa saber y sentir que su vida tiene un sentido, que está en este mundo por algo, que hay razones para vivir. Sin este sentimiento o esta certeza básica todo lo demás puede llegar a aparecer como inútil, “sin sentido”.
Hay algo que nos hace necesitar encontrar un sentido a la vida y es la experiencia de nuestra finitud: moriremos, entonces… ¿qué sentido tiene la vida? Si todo termina, si nada hay que perdure ¿qué sentido tienen mi existencia o incluso la de mis seres queridos o la de las acciones que emprendo?
Difícilmente existe tarea más difícil y desafiante que la de buscar el sentido de la propia vida. En ese contexto se da lo que K. Gustav Dürckheim denomina “las experiencias mayores del Ser”:
                Hay tres pesares fundamentales en el ser humano: el miedo a la aniquilación, la desesperación frente a lo absurdo y la profunda tristeza frente a la soledad. La muerte, la falta de sentido y la soledad son-y siempre lo serán-los enemigos del Yo natural (…) La otra dimensión, que se sitúa más allá de nuestra facultad natural de comprensión y que es la dimensión trascendente de la vida, puede justamente surgir-aunque no está obligada a ello- en esas situaciones límites, de tal modo que nuestra conciencia derriba las barreras que habitualmente le impone una actitud objetivante y reductora.[ii]
Así es, es en el contexto de la búsqueda de sentido donde en el hombre y la mujer puede despertar la dimensión espiritual, pero también, y no olvidando que tal dimensión acoge la toma de conciencia de sí, la libertad y la responsabilidad, puede educarse el interior de tal forma que éste se encuentre preparado para afrontar esa búsqueda de sentido. Tradicionalmente en las religiones ha sido clave en este sentido el papel del mistagogo, es decir, de aquel que acompaña al que se inicia en el camino espiritual enseñándole técnicas y métodos para el progreso espiritual. Llegamos así a unos de los escollos de nuestro momento actual.
Carentes de mapas y brújulas: la aportación de la Educación a la búsqueda de sentido
Debemos ser conscientes del contexto histórico en el que se desarrolla nuestra reflexión y que no es otro que el de una mutación histórica[iii]. En ese contexto uno de los cambios más significativos es que el sentido de la vida ya no lo dan las instituciones que hasta hace no mucho lo hacían (religiones, ideologías…). Además, en una cultura científico-técnica, sin embargo, las ciencias tampoco aportan mucho a esa búsqueda de sentido. Por lo tanto se está volviendo a dar importancia a lo que nunca debió ser olvidado: la necesidad de partir de uno mismo. El hombre y la mujer contemporáneos deben poder recuperar su patrimonio interior, la tierra sobre la que construir el edificio personal y social, el subsuelo del que extraer los nutrientes que les permitan mantenerse en pie y avanzar.
“La vida es tanteo, aventura y peligro” dice de nuevo Teilhard. Pero se nos ha “equipado” para afrontar tal aventura.
Es dentro de nosotros donde encontraremos los mapas y las brújulas que nos permitirán encontrar el sentido de una existencia que a veces se nos presenta absurda, compleja y dolorosa.
Hoy resulta evidente que son nuestros jóvenes los más perjudicados por la pérdida de fuerza de  las instancias que a otras generaciones les ayudaron a encontrar un sentido a la existencia. Pero nuestros jóvenes buscan, como lo hacemos todos. Ellos y ellas también ansían la felicidad, realizarse plenamente como personas, amar y ser amados. Quizá el problema es que no saben que buscan y no saben bien qué buscan.
La clave está en reabrir los caminos que llevan al contacto profundo con la dimensión espiritual, con el mundo interior. Esos caminos deberían concretarse hoy en pedagogías concretas[iv]  aplicadas en el ámbito escolar y durante todo el proceso de enseñanza-aprendizaje (desde Educación Infantil hasta Bachillerato y Ciclos). La escuela, obligada a asumir responsabilidades -que muchas veces superan sus posibilidades reales-, debe hoy acoger el reto de educar en sus alumnos la dimensión espiritual. Educar tal dimensión, dirige la mirada crítica de nuestro consciente a nuestro inconsciente y nos impulsa así hacia la búsqueda de ideales propios. Nos acerca al “hombre/mujer rebelde” del que habla Camús. Hombre y mujer capaz de reinventar su mundo desafiando la incertidumbre que ello genera.
Por otro lado, como afirma M. Légaut, es imposible vivir espiritualmente sin ejercer la capacidad de intelección. En el ser humano hay una intrínseca necesidad de entender, en la medida en que le ha sido dada a cada uno. No se puede vivir la vida espiritual sin que entre en juego todo el ser de uno, incluida la actividad de conocimiento desarrollada al máximo según uno pueda.
Así pues, dimensión espiritual de la persona y búsqueda de sentido forman un todo indivisible. La búsqueda del sentido de la propia existencia sólo puede partir y desarrollarse en contacto con esa dimensión interior y profunda de la persona. Es esa interioridad o espiritualidad la que actúa a modo de matriz en la que se gestan y desarrollan las grandes preguntas y las grandes respuestas.
                Para una conciencia humana integral, el reto está en descubrir que espíritu y materia no son dos ámbitos yuxtapuestos, sino que lo espiritual constituye la profundidad o el sentido de lo material, así como lo material es el soporte y la expresión de lo espiritual, como una danza en la que uno otorga la levedad, y el otro la forma para que esa levedad no se desvanezca. Sin espíritu no hay dinamismo; sin materia falta el soporte para que haya algo que se mueva. Captar esta interrelación supone un acto de apertura y configura un modo de vivir en la reciprocidad y no según la oposición. Requiere todo un camino de maduración de la consciencia.[v]
Por ello no podemos pretender que tal dimensión deba adoptar obligatoriamente y en todos los contenidos de las religiones, pero tampoco podemos obviar la peculiarísima y sabia aportación que la religión ha hecho al desarrollo de la dimensión espiritual en los individuos y en las civilizaciones.
Creo que en este umbral de tránsito de la modernidad a la postmodernidad, la Escuela tendrá un papel insustituible en el desarrollo de la dimensión espiritual de los futuros ciudadanos y ciudadanas de un mundo que precisa, como nunca, seres humanos sensibles, creativos, con capacidad de comunión con los demás y con el planeta, pacíficos y con una experiencia de la Vida radicada en el Centro de su ser. Un mundo en el que los creyentes de todas las religiones puedan sentarse juntos en mesas fraternas junto con los no creyentes, compartiendo la fascinante y dura aventura de ser y de dotar a nuestro estar de conciencia y belleza.


[i] Melloni, Javier sj: El mundo espiritual en un mundo material. ST 97 (2009) 605-615
[ii] K.G. Dürckheim: Experimentar la trascendencia. Ed. Luciérnaga, 1993, pág. 116.
[iii] Recomiendo leer Elzo, Javier: Los jóvenes y al felicidad. Ed. PPC, Madrid, 2006.
[iv] Refiero aquí a mi libro La Educación dela Interioridad, una propuesta para Secundaria y Bachillerato. Ed. CCS, Madrid, 2009.
[v] Melloni, Javier. O.c.

miércoles, 10 de abril de 2013

La dimensión espiritual de la persona: la búsqueda de sentido II



Identidad, libertad y responsabilidad: tres manifestaciones de la dimensión espiritual
El ser humano es el mamífero que nace más desvalido. Venimos al mundo sin formar del todo, el ejemplo más claro es el de nuestro cerebro. Al nacer éste está inmaduro, sin terminar. Esto que sucede a nivel fisiológico queda  más patente aún en el nivel de lo que llamamos identidad personal. 

                “Abierto por obras”: el ser humano siempre en camino.
                La respuesta a la gran pregunta “quién soy yo” no llega nunca del todo. Nos pasamos una gran parte de la vida intentando crear nuestra identidad (de los 0 a los 40 años, más o menos). Pero todos comprobamos lo terriblemente complejo que resulta poder decir quién se es, describirse. Experimentamos que en nosotros hay evolución, cambio.  A poco despiertos que estemos hemos de reconocer que el paso de los años nos va haciendo cambiar de perspectiva en referencia a nuestra autoimagen y a la comprensión de la vida.
Así, el ser humano es una criatura en construcción. Aquello que denominamos “identidad personal” es algo en continua evolución. Pero, cuidado, decir que la identidad evoluciona no significa negar que cada uno de nosotros va llegando a pequeñas o grandes “síntesis vitales” en las que podemos encuadrar una u otra escala de valores, determinado posicionamiento ante el Absoluto, el conocimiento de una parte de nuestra psique (allí donde uno dice sin demasiado miedo a equivocarse  “yo me conozco”), etc. Se trata de esa “toma de conciencia de sí mismo” a la que se refiere Marcel Légaut.
Tal toma de conciencia puede acontecer a lo largo de la vida, de una forma fluida y sin estridencias, aunque no exenta de sus momentos especiales. Pero no son pocos los hombres y mujeres que experimentan la irrupción de una nueva toma de conciencia de sí mismos/as a través de crisis existenciales provocadas por multitud de factores, a veces externos (enfermedad, rupturas afectivas, pérdidas…),  o internos. Sean cuales sean esos factores el hecho es que quiebran el ser, afectan a la totalidad de la persona, tambalean los cimientos.  Teilhard de Chardin llamará a esto “pasividades de disminución” que, a su vez pueden ser pasividades externas y pasividades internas. [i]De alguna manera, hay una época para crecer y desarrollarse, época de construir el “yo”, pero llega otra en la que toca dejarse “deconstuir”, “des-hacerse”. Condición indispensable para que esta segunda fase en la vida no se aborte, es la acogida, la receptividad. “Abierto por obras” sería el cartelito que debiéramos colgar en nuestro ser. Es la apertura la condición sine qua non para que pueda suceder en nosotros lo que debe suceder. Apertura a la vida que nos toca, que nos remueve, que nos convoca a través de los demás, cercanos o lejanos, íntimos o meros conocidos, a través de los acontecimientos agradables y desagradables, a través de las pequeñas y grandes cosas. En todo ello titilan los ecos luminosos de una dimensión interior, espiritual, que conjuga lo físico, lo psicológico y lo trascendental.
                El vértigo de la libertad: ¿es el ser humano libre?
                Los cristianos afirmamos que Dios nos ha creado libres. El relato de la caída en el libro del Génesis describe esta libertad sin ambages que hace que la criatura pueda ir en contra de su Creador quebrando la armonía inicial. Es quizá en esa construcción del propio ser, de la propia identidad donde el ser humano experimenta más claramente el vértigo de la libertad. Ciertamente hay elementos de la vida de una persona que no se pueden elegir: la familia en la que nacemos y crecemos en los primeros años de vida, el país y barrio, el tipo de educación… y no son precisamente elementos secundarios sino que pueden marcar la trayectoria vital de una persona, sin embargo, ¿no conocemos todos casos de personas que teniendo similares contextos vitales los articulan de maneras bien diferentes? Lo que para uno es motivo de desestructuración,  de amargura y dolor, para otro puede convertirse en descubrimiento de otras posibilidades y en estímulo para otras opciones más positivas. He ahí la manifestación de la libertad humana. Existen los condicionamientos, pero junto a ellos se erige la libertad de cada uno de nosotros. Terrible y misteriosa libertad que a unos lleva hacia un armonioso desarrollo y a otros hacia la pérdida del norte.
Con todo, cada persona acaba teniendo la experiencia de su libertad. Ese momento en el que sé que la decisión que yo tome la he de tomar yo y traerá unas consecuencias, consecuencias para mí y para otros. Sólo si hay una verdadera toma de conciencia de sí mismo pueden el hombre y la mujer afrontar el don de la libertad haciendo un buen uso de él en pro del despliegue de su Ser. Sólo si hay una profunda toma de conciencia de sí  podrá haber una toma de conciencia de los demás como “prójimos” y no como obstáculos a eliminar del camino.
                La inevitable responsabilidad.
                Y llegamos así al fruto de la libertad que no es otro sino la responsabilidad. Nos aterra la responsabilidad. Volviendo al relato de la caída recordemos que ante la pregunta de Dios, el hombre culpará a la mujer y ésta a la serpiente: una cadena de culpabilizaciones que pretende tan sólo derivar la responsabilidad de las propias decisiones y actos en otro. En lenguaje coloquial hablamos de  “echar balones fuera”. Es algo que sabemos hacer muy bien. El ser humano anhela ser libre pero no asume fácilmente que tal libertad comporta una gran responsabilidad: mis decisiones conllevan consecuencias, fácilmente asumibles cuando son agradables para mí y para los demás, generalmente rechazadas en un primer momento cuando se trata de consecuencias negativas, en este caso rechazamos la responsabilidad personal. En la asunción serena y lúcida de que somos responsables de nuestro desarrollo personal y social, brilla también el eco de ese “algo más profundo” a lo que llamamos dimensión espiritual.


[i] Para profundizar en este concepto que resulta de lo más sugerente, recomiendo leer al propio Teilhard: “El Medio Divino”.

martes, 9 de abril de 2013

LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LA PERSONA: LA BÚSQUEDA DE SENTIDO



La Compañía de María me pidió el año pasado que reflexionara sobre la dimensión espiritual de la persona y la búsqueda de sentido. Como se trata de un texto extenso os la ofreceré "por entregas". Hoy la primera parte. ¡FELIZ PASCUA!

                La vida espiritual empieza a cobrar un valor explícito en cada uno de nosotros cuando descubrimos que no hemos de hacer simplemente lo que se nos impone desde fuera en virtud de la ley o de los acontecimientos y las circunstancias; la vida espiritual empieza cuando descubrimos que hay algo en nosotros que se nos impone desde dentro –aunque pueda haber sido provocado desde fuera- y que, en cierta manera, nos exige corresponder a ello con todo nuestro ser, en la medida de nuestra capacidad. Una exigencia así hace que cada uno emerja en su singularidad.[ii]

Intentar reflexionar a la vez sobre la dimensión espiritual del ser humano y sobre la búsqueda de sentido es todo un reto. No escogemos como objeto de nuestra reflexión cualquier aspecto, sino dos cuestiones que apuntan y que afectan al Ser de cada uno de nosotros y que tienen unas derivaciones educativas de gran calado.
Podríamos comenzar haciéndonos algunas preguntas que nos sirvan de guía. Siempre nos llevará más lejos comenzar dejándonos interrogar en lugar de dar por sentado que lo sabemos todo.

¿Qué es “lo espiritual”?
Uno de los primeros interrogantes que plantea este tema es “¿qué entendemos por espiritual?”. En muchas lenguas la palabra “espíritu” significa literalmente “aire”, por ejemplo, en latín spiritus, en griego pneuma, en hebreo ruáh, âtman en sánscrito, ruh en árabe, etc. ¿Es entonces, y atendiendo a su etimología, lo espiritual algo vacuo, es decir, falto de contenido, vacío? En muchas mentalidades sí. No son pocos los que identifican “lo espiritual” con una pérdida de tiempo o con la carencia del realismo necesario para afrontar de forma práctica las cuestiones de la vida. Otros entienden por espiritual algo intangible como el aire, por lo tanto, inaprensible y, finalmente inasequible para el  común de las personas.
Sin embargo, desde una antropología cristiana, afirmamos que el ser humano, hombre y mujer, porta en sí una dimensión a la que llamamos espiritual, es más, los cristianos creemos en un Dios que es Padre/Madre, Hijo y Espíritu, aludiendo a la dimensión pneumatológica de la fe. De Dios afirmamos que es trascendente, pero también decimos que es inmanente. Un Dios misterio que paradójicamente se manifiesta en la carne de Jesús de Nazaret.
Por ello, lo espiritual o el espíritu en el cristianismo no hace referencia a algo vacío de contenido o a algo intangible. A partir de la experiencia de Pentecostés, el cristiano acoge el pneuma, la ruáh como la presencia del mismo Dios en el interior de los corazones, presencia que capacita para la comprensión del Misterio de Dios de forma íntima y que genera un impulso que transforma esa experiencia interior en implicación social. En clave cristiana es el don del Espíritu el que unifica la dimensión interior y la exterior. Nada más práctico, pues, para un seguidor de Jesús que la vida espiritual. 

Religiones y dimensión espiritual
Otra pregunta importante que podemos hacernos es si la dimensión espiritual es específicamente cristiana. La respuesta, por obvia, se nos olvida a veces. Por supuesto la dimensión espiritual está a la base de todas las religiones y todas proponen caminos para su desarrollo y crecimiento. Pero conviene traer a primer plano de nuestra reflexión algo esencial para avanzar en nuestra comprensión de la dimensión espiritual: se puede ser religioso y poco o nada espiritual  del mismo modo que se puede ser nada religioso y muy espiritual.
                La vida espiritual no es específicamente cristiana.  Diría incluso que muchos cristianos, por practicar su religión, se consideran dispensados de cultivar la vida espiritual. Ahora bien, si una vida espiritual que profundiza en sí misma, en unas circunstancias determinadas, penetra en la comprensión de ese hombre singular que fue Jesús hace veinte siglos, y, si esa vida espiritual-por así decir- queda transformada por ese encuentro en profundidad, de hombre a hombre, con Jesús, entonces, indudablemente, dicha vida espiritual debe considerarse como cristiana. Pero-insisto-se puede tener vida espiritual sin ser cristiano. Incluso se puede tener vida espiritual sin creer en Dios puesto que la vida espiritual de que hablamos-correspondiente a las exigencias interiores que crecen en nosotros-no es necesariamente resultado de una fe en Dios. Dicha vida espiritual es resultado de una toma de conciencia de sí mismo, por parte de cada uno, en virtud de la cual uno renegaría de sí si no correspondiese a ella; es decir, si no afirmase en sí una grandeza de la que él mismo es responsable puesto que es libre.[iii]
Así pues, nuestro acercamiento a la dimensión espiritual es desde una comprensión universal de dicha dimensión y no como patrimonio de las religiones. Éstas han hecho y  siguen haciendo su peculiar aportación a la búsqueda de sentido y a la vida espiritual, pero no pueden pretender si son fieles a su entraña y al mismo espíritu que las hizo nacer, acotar y cerrar la vivencia de lo espiritual a sus parámetros. Hacer tal cosa iría en contra de lo que las mismas religiones afirman y que no es otra cosa sino que el ser humano es espiritual. Si no lo podemos afirmar de todo hombre, de toda mujer, sea creyente de una u otra religión o sea no creyente, entonces tal afirmación es falsa.
Pero una mirada profunda y atenta al ser humano nos muestra que éste continuamente da muestras de portar en sí tal dimensión espiritual.


[i] Esta reflexión se realizó a petición de la Compañía de María y para uso de sus grupos de reflexión internacionales.
[ii] Légaut, Marcel. Génesis de la vida espiritual. Entrevista, 1990.
[iii] O.c.