Tal y como están las cosas es necesario recordar una y otra vez que los adultos, nos guste o no, estamos llamados a ser educadores de nuestros niños y jóvenes. Cualquier adulto que se sitúe cerca de un niño, de un adolescente, de un joven, se transforma en "educador" o en "deseducador" -si es que este término existe- En realidad en lo que concierne a la educación de las personas toda la sociedad influye. Son mil mensajes explícitos e implícitos los que llegan hasta cada miembro de la sociedad, hasta cada uno de nosotros. Siendo sinceros incluso los adultos educan o "deseducan" a otros adultos. Cuántas veces un compañero/a de trabajo nos ha hecho descubrir posibilidades nuevas en nuestra forma de trabajar, posibilidades de mejora y,a veces, posibilidades de empeoramiento o decaimiento.
Verdaderamente, todos influimos en todos. Para mí queda claro en el caso de los colegios. El ambiente que se respira en ellos incide en todos, no sólo en los alumnos/as. El tipo de comentarios que los educadores/as hacemos sobre los alumnos puede hacer que otro compañero/a acuda a un aula positiva o negativamente predispuesto. En la "microsociedad" de un colegio se generan todo tipo de situaciones, unas son estresantes, otras alegres. Los adultos que rodean a los niños y adolescentes suelen ir sobrecargados de trabajo: clases, programaciones, reuniones, entrevistas con padres, papeleos varios y el intento de ayudar a tantos alumnos/as necesitados de una atención especial. En ese contexto resulta imprescindible un nivel de autocontrol que permita a cada educador distanciarse de esas situaciones para coger perspectiva. Ahí van algunas frases que podríamos decirnos los educadores:
- El alumno/a problemático no "la tiene tomada conmigo", simplemente de manera inconsciente es capaz de "tocar" mis puntos débiles. Será trabajo del educador crecer en consciencia de aquello que siente como "puntos débiles" de su personalidad y no achacar al alumno sus estados de ánimo de manera continua. Eso no quiere decir que no se tenga la sensación de que hay alumnos/as que nos ponen nerviosos, por ello, más que en nigún otro caso, es el adulto el que ha de ser capaz de no enredarse en discusiones que no llevan nada.
- Mis compañeros son aliados en el proceso educativo de mis alumnos. No todo depende del tutor o tutora. Todos somos co-tutores. Cada educador que entra en un aula tiene la obligación de dar de sí lo mejor que tiene para el avance de esos niños o adolecentes. Da igual el número de horas o el grado de responsabilidad sobre el papel que se tenga.
- No soy el padre/madre de mis alumnos/as: hay responsabilidades exclusivas de la familia. Debemos dar el cien por cien de nosotros pero hay un márgen que no es nuestro, sino netamente de cada familia. Una vez hechos todos los intentos de diálogo con las familias de alumnos "difíciles" se hizo lo que se pudo y lo mejor posible, entonces podemos estar tranquilos, sin la sensación de que todo depende de nosotros.
- El mayor bien que puedo hacerles a mis alumnos es estar yo bien: cuidarnos física, psicológica y espiritualmente es un derecho pero también una obligación. Los pasillos y aulas del colegio, la sala de profesores no deben convertirse en "papeleras" en las que cada uno deja caer sus miedos, ansiedades, desesperanzas... Sí pueden ser un lugar en el que poder ser uno mismo, sin perfeccionismos que ahogan la espontaneidad y estresan más, pero marcando un límite que permita la lucidez necesaria para no perder la paz y la sonrisa.